Randonneurs.es

París-Brest-París, por Paco Santos.

 

Seguramente haya más de 5000 formas de vivir la PBP, como habrá más de 5000 formas de contarla, pues éramos más de 5000 los participantes, pero estoy seguro que hay tantas cosas que serían comunes, que se podría resumir en una única crónica sin distanciarse mucho ésta de la que podría hacer cada uno en particular, pues a todos nos ha mojado la lluvia, todos hemos sudado las mismas subidas, todos hemos pasado sueño en algunos momentos, frío en otros, e incluso calor. A todos nos han dolido en algún momento las rodillas debido al frío por llevarlas mojadas añadido a los kilómetros acumulados en ellas. Nos han dolido, o se nos han dormido, las manos, debido a la presión con el manillar. Nos han dolido también las cervicales, y los pies, y sobre todo y especialmente al final, el culo. Nos hemos emocionado todos al ver la cantidad de gente que había en cada pueblo viendo pasar las bicicletas, y sobre todo dándonos ánimos como nos daban, sin cansarse, a pesar de la cantidad de ciclistas que éramos. Hemos disfrutado viendo máquinas raras (pues algunas no se pueden llamar bicicletas) rodando a nuestro lado. Hemos disfrutado, sobre todo, de rodar junto a gente de lo más variopinto, llegados de cualquier parte del mundo, con cualquier edad, sexo, o condición social, lenguaje o color de piel, pero con una cosa en común: la bicicleta. Casi todo lo compartimos, éstas y muchas otras cosas, pero como hay más de 5000 maneras de contarlo, yo voy a escribir aquí una de ellas.

Previo.

Hace cuatro años hicimos una París-Brest-París en la que lo pasamos bien. Fue una experiencia muy grande y bonita a pesar de mis tendinitis, que me hicieron sufrir en muchos momentos lo inimaginable, aunque hubo otros en que me daban algún respiro, gracias a los cuales pude avanzar (a ratos, cambiando de ritmo, y procurando mimar lo que me quedaba de bueno en las rodillas) y así terminar. He de hacer mención a dos personas que me acompañaron gran parte del recorrido y me sirvieron de gran ayuda aunque hasta ese momento no nos conocíamos de nada: Fernando y José, de Calatorao. Gracias a los dos, y sobre todo, a mis compañeros de equipo, donde incluyo a los de apoyo. En conjunto quedé encantado con la experiencia, y con ganas de repetirla, con más preparación, cuatro años después. Y así, con un plan de entrenamiento diseñado por Gene, y con ganas, le dedicamos un montón de horas, días, fines de semana enteros a rodar, rodar y rodar. Se trataba de hacer kilómetros para llegar al mes de agosto con unos 8000, y así hacer la PBP sin esfuerzo, pasándolo bien. “Este año vamos a la PBP a disfrutarla”, palabras de Gene, de las cuales estábamos convencidos casi todos. Yo tenía el 15 de agosto 9000 kms, no me dolían las rodillas. Todo a punto para disfrutar. Ja, Ja!

Empezamos con problemas el mismo día del viaje. Lo que iba a ser media hora para recoger la furgoneta se convirtió en una mañana entera. No teníamos los bonos que debíamos llevar de la agencia, no teníamos el carné de conducir del segundo conductor, que además resultó estar caducado, con lo que iríamos en Francia sin seguro,…

La primera tarde-noche en el camping de Versalles, donde ya se ve el ambiente de bicicletas llegadas de cualquier parte del mundo, decidimos cenar allí mismo unas pizzas. Yo no soy supersticioso, pero recuerdo un detalle que comentamos en aquel momento: éramos 13 comensales y estábamos sentados en la mesa número 13. Habíamos puesto nuestras tiendas en unas “parcelas” en las que no había ni un metro cuadrado horizontal, ni liso. Aproveché un huequecito en el que parecía que podía descansar mi espalda más o menos recta, pero resultó ser un charco por la mañana. O lo que es peor, a media noche, porque si podía llover aquella noche, llovió. Y se me mojó la tienda por dentro, con lo que pasé lo que quedaba de noche colocando mi saco más acá o más allá para no mojarme. No dormí.

Por la mañana preparamos bicis, luces, chalecos, para pasar un control que resultó inexistente después de habernos desplazado a Saint Quentin en bicicleta. Aquí empezamos a respirar el ambiente propiamente dicho de la PBP, por las calles de Saint Quentin, y sobre todo al entrar al gimnasio, que ya estaba a rebosar de bicicletas en sus inmediaciones, y de randonneurs dentro del edificio donde teníamos que recoger la documentación. Entre otras cosas nos dan un carné de ruta que hemos de sellar en cada control y una tarjeta magnética para pasarla, también en cada control, por un lector que entre otras cosas facilita el seguimiento por internet de nuestra aventura. Esto nos lo dan en un portadocumentos de plástico diseñado a propósito para que no se moje y para llevarlo colgado del cuello durante toda la prueba. Como tenemos la tarde libre, la dedicamos a visitar los jardines de Versalles y comprobar, como habían pronosticado, que el viento venía del oeste. O sea, nos daría de cara.

Siguiente noche, aún en el camping de Versalles. He colocado la tienda en otro lado y procuro vigilar de vez en cuando la humedad, pues también llueve, y no quiero mojarme. “Llueve menos de lo que parece”, dijo Josu, y era cierto. Con el viento y la lluvia en los árboles y las tiendas, el sonido de las gotas de agua en éstas era más aparatoso que la realidad, pero al fin y al cabo lo estás oyendo y no duermes, y vigilando constantemente. Me queda una buena siesta antes de salir, pensaba yo, pues llevo dos días sin dormir. Ja, Ja! Lo primero que me dicen es que tengo que quitar la tienda pues aquella parcela tenía inquilinos nuevos. Creí que era una broma de Antonio, pero resultó ser verdad. Quité la tienda, pero al final allí no se puso nadie, pues a nadie le gustaba aquella parcela. Ese día no comí, pues fui tan tonto de esperar a los que habían ido de compras con la furgoneta, pero resultó que se les hizo tarde y comieron por allí. Mientras espero a los de la furgo, decido tumbarme un rato a ver si duermo, de ocupa, en la tienda de Josu. Cuando estaba cogiendo el sueño, la misma historia. Aparece un nuevo inquilino diciendo que aquella es su parcela. Otra vez a quitar las tiendas pues estamos todos de ocupas. Y otra vez que el nuevo inquilino busca una parcela mejor y no ocupa la nuestra. Este vino a decírnoslo, pero ya habíamos quitado las tiendas. Son las cuatro o las cinco de la tarde y estoy sin comer y sin dormir, teniendo por delante toda una noche de rodaje. Pero bueno, hemos venido a pasarlo bien. ¡Arriba ese ánimo! Me doy una ducha, me visto para el gran evento, como un poco, poco, pues ya debo estar medio apajarado y no me entra la comida, y unas tres o cuatro horas antes de “la hora”, ya estamos en marcha, en nuestras bicis, hacia el punto de salida.

Saldremos en tres grupos: Edu y Antonio lo van a intentar a 80 horas, y serán los primeros en salir. Después saldrán las máquinas especiales, donde tenemos dos representantes, Gene y Juanal, con el tándem. Por último saldremos los que vamos a 90 horas: Josu, Juan, Ramón, Pepe y yo.

Comienzo

Si hay momentos en los que sienta mal la lluvia cuando viajas en bici, el peor de todos es justo el momento previo a la salida (o eso creía yo), por eso de que te baja el ánimo, aparte de que te moja. Pues se puso a llover cuando aún estábamos apiñados esperando la salida, y nos mojamos, bien mojados, pero como hemos llegado ahí llenos de ánimos, aún nos queda para seguir (o habría que decir para empezar, pues aún no hemos llegado ni a la línea de salida). Somos tantos los participantes, que la salida la dan escalonada: un grupo de 500 personas cada 15 minutos. Te da tiempo, por tanto, a fijarte en todo lo que te rodea, bicicletas, indumentarias, sistemas se alumbrado,… caras, barrigas, canas,… Observas a la gente y alucinas. Unos parecen deportistas profesionales, con unas máquinas que no bajan de 3000 euros, y otros parecen paisanos de un pueblo cualquiera que sale con su bici y con sus 65 años a dar una vuelta, pareciéndote imposible que acaben la PBP (y cuando llegas a la meta allí están, todos juntos otra vez).

En esa aglomeración de salida intentas colocarte lo más adelante posible para salir cuanto antes y no estar parado bajo la lluvia. Todo el mundo quiere lo mismo, y en esa lucha te codeas con unos yanquis que tienes a la izquierda, unos canadienses a la derecha, los cuales van con su famosa bandera dibujada en la cara, frente, o pantorrilla, como en el caso de la única canadiense que vi con las piernas al aire en ese momento. De no ser buenos tatuajes, no creo que esas banderas aguantasen muchos kilómetros con tanta agua. Hay parejas que no se despegan uno de otro para no despistarse en la salida, entre ellos los vitorianos que conocemos de hacer los brevets en Salamanca. Estos me comentaron que en ediciones anteriores habían tardado unas 70 horas. ¿Y no os ha dado por apuntaros a 80 horas? (pregunto yo), dos de los nuestros lo van a intentar. No, no!Preferimos ir tranquilos, con margen, y que nos sobren las horas que nos sobren. Hemos venido a hacerlo, en el tiempo que sea. (Que postura más inteligente).

Las bicis chocan unas con otras. Una chica se mosquea pues le están dando con una rueda en su cambio trasero constantemente. Hay japoneses haciendo fotos a todo lo que ven, incluso a las amenazantes nubes. Alemanes, franceses, españoles o australianos, todos quieren estar adelante, y como nosotros, juntos los grupos para no despistarnos. Hombres, mujeres,... todos los colectivos excepto uno: los más viejos. Estos no se infiltraban entre las bicis para ir ganando posiciones, tienen más paciencia. ¿Qué significan unos pocos metros cuando tienes más de un millón de ellos por delante? Además, pensarían, si no me adelantáis ahora lo haréis en los primeros kilómetros. Y cuánta razón tienen, pues los más jóvenes son los más impetuosos y más rápido van al principio (yo me sigo preguntando cómo es que al final llegamos juntos ¿atajarán?).

Después del esperado control: chaleco, bici, iluminación,... donde no creo que tiraran a nadie (estaba la noche como para ir sin luces), nos sellaron nuestro carné de ruta con la hora de salida para las 22:30 h (llevamos allí de pie desde antes de las 19:00 h). Desde ese punto hasta la línea de salida nos separan unos 300 metros en los que aún a algunos les da tiempo a comerse un bocata. No lo hacen por lo que viene por delante, sino por que ya están apajarados. Nos volvemos a mojar, pues se pone a llover más fuerte que antes, y así hasta el chupinazo que indica la salida, no sólo a nosotros, sino a los cientos de personas que a pesar de la lluvia están allí para ver el espectáculo y sobre todo para animar. Es esto lo que más adrenalina provoca. Es emocionante ver a muchos ciclistas pedaleando juntos, de distintos países, con diversas máquinas, indumentarias,... pero lo que más te emociona es ver que la gente que no está en ese momento sobre una bici, también está en el ajo apoyando con sus aplausos y sus “bon courage”, “bonne route” a todos y cada uno de los participantes. Es emocionante verlos (en un país donde a las 20:00 h están todos en casa) a las 22:30, a las 23:00, a las 00:30,...a las 03:15,... esperando en una acera, en una rotonda, en un paso elevado,... a que pasen grupos de ciclistas, pelotones o solos, y aplaudir y animar a todos y cada uno de ellos, y, por si fuera poco, bajo la lluvia. Se ven familias enteras con los niños pequeños cogidos en brazos y animando al paso de ciclistas, sin importarles que sea de noche o que llueva. Me imagino esa situación en España, pasando bicis bajo un puente desde el que te ve la gente de arriba (de casualidad, porque no estarían ahí para verte): ¿Dónde iréis? ¿Estáis locos? Con la que está cayendo, y además de noche. Si es que hay gente pa todo. ¡Hay que estar zumbado! Una gran diferencia: Aquí (en España) no se conocería apenas la existencia del evento, y aún conociéndola, no se le daría más importancia que lo que supondría la molestia en el tráfico rodado, cuando allí es algo esperado durante cuatro años como una fiesta común de todos los pueblos por donde pasa, randonneurs todos ellos. Otra diferencia, ésta más importante por ser base para la otra: la concienciación, la mentalización respecto a la bici y lo que supone en sus vidas. Lo maman desde pequeñitos en brazos de sus padres viendo pasar la PBP, y lo viven durante toda su vida, pedaleando para ir a la compra, o para dar un paseo,... Es otro mundo, del que todavía estamos lejos.

La marcha.

¿Qué decir de la marcha que no se haya dicho ya? No voy a contar kilómetro a kilómetro, ni siquiera etapa a etapa, pues muchas cosas se repiten en unas y otras, y tampoco es cuestión de poner datos de horas, kilómetros, pues otros compañeros ya lo han hecho. Se repiten, como digo, muchas cosas, como el ir ahora bien, ahora mal. Ahora hace calor, ahora frío, me pongo el chubasquero, me lo quito, porque se pone a llover, lo deja, y se vuelve a poner a llover. Y así 1244 kms.

Contaré momentos sueltos que se te quedan ahí en la memoria. El primero en destacar, quizá por su orden cronológico, fue la prudencia con la que afrontamos los primeros kilómetros de la noche. Teníamos dos premisas: no cebarnos con la velocidad que se suele imponer en salida y no separarnos, al menos en la noche. La primera la cumplimos muy bien, sobre todo porque no se podía ir deprisa. Las constantes subidas y bajadas, cruces y rotondas, regados por la lluvia, hacían que fuera peligroso ir en pelotón, y mezclado esto con los constantes gritos de “¡atención!” ante cualquier cosa que rompiera la continuidad del asfalto o las distancias entre bicis, hacía que éstas fueran aumentando poco a poco. En esos momentos era imposible chupar rueda. La segunda premisa se cumplió... hasta que hubo una caída, de la que salió el grupo un poco deshecho, se rehizo, y vimos que faltaba Ramón. No nos paramos, pues todos pensamos que el que cayó era un extranjero que venía en el grupo con más gente, pero debimos hacerlo. Es imperdonable seguir adelante después de una caída con la duda de si será o no tu compañero el implicado. Decidimos ir despacio, esperando y a la vez mirando hacia atrás y gritando: ¡Ramón?! Ninguno de los muchos ciclistas que venían hacia nosotros contestaba. Poco más adelante decidimos parar y esperar. Estas paradas siempre se aprovechan para hacer un pis, comer algo, o quitarte el chubasquero si es que ha dejado de llover. Como de noche todos los gatos son pardos, y ante el miedo de que Ramón pasara de largo, se nos ocurrió vocear de vez en cuando su nombre. En esos momentos pensamos que se haría famoso en la PBP. Cuando llegó nos contó lo sucedido. Había dado con sus huesos y su foco en el asfalto por alcance a otro ciclista. Por suerte no fue grave. A partir de ahí tuvimos un rato bastante agradable pues había dejado de llover, la temperatura no era mala, íbamos juntos, y pudimos disfrutar de una de las vistas más hermosas de la PBP: la carretera, de noche, que no se ve pero se adivina por dónde va pues son cientos de lucecitas rojas las que van por delante formando una larga línea serpenteante por las curvas y subidas y bajadas de la carretera. Si mirabas hacia atrás, lo mismo, pero en blanco y negro. Durante algunos kilómetros, antes de amanecer aún, cuando Ramón creyó que iba pisando hojas de árboles descubrió que no tenían la misma textura y lo comentó, a lo que le contesté: no son hojas, son babosas. Estaba el asfalto, sobre todo su medio metro más cercano a la tierra (allí no hay arcén) lleno de babosas (como no hay humedad), la mayoría ya aplastadas por los que nos precedían. En esos momentos comentamos que después de todo no se había quedado mala noche. Yo habría firmado por esa climatología para el resto de la PBP.

No había amanecido aún cuando se pone a llover, y esta vez es peor, pues es más fuerte, y más frío. Y como llevamos ya muchos kilómetros rodando de noche, estamos deseando ver amanecer. Pues casi ni eso, ya que con tantas nubes apenas se apreciaba claridad alguna. Yo me acordaba de “Amanece, que no es poco”. ¡Si al menos aquí amaneciera!

No esperamos a llegar al control donde habíamos quedado para desayunar (Villaines) y nos metimos en el primer bar que vimos, que aún no estaba abierto y nos abrió al preguntarle por un café. Allí nos repusimos un poco con un “café au lait” y yo aproveché para ponerme una camiseta interior seca, a la vez que Juan escurría sus calcetines.

El desayuno lo hicimos (ya con nuestra gente de apoyo) en la ciudad que más vive la PBP: Villaines la Juhel. Aquí todo el mundo colabora con la prueba, empezando por “la mairie” (ayuntamiento) que todos los años edita postales y llaveros para regalar, cede sus instalaciones para el acontecimiento, que en su caso son tres días, corta el tráfico en sus calles céntricas para dedicarlas a los randonneurs,... siguiendo por los muchos voluntarios que participan en la organización dirigiendo el tráfico, sellando en los controles, limpiando sus instalaciones, enfermeras voluntarias en el servicio médico, etc. y terminando por todos y cada uno de los muchos vecinos que están allí, bajo la lluvia, aplaudiendo y animando con su “bon courage” a cada uno de los participantes. Fue en esta ciudad, en el regreso, donde sufrimos uno de los momentos en los que más agua caía del cielo, y aún así estaba nuestro pasillo flanqueado por muchísimos animadores (¿o admiradores?). Si nosotros éramos para ellos dignos de admiración, ellos no lo eran menos para mí. Te inyectaban una dosis de ánimo y de fuerzas que te impulsaba a seguir adelante por mal que fueras, y querías corresponderles. Aquí se nos había hecho de noche (en el regreso) y nos quedaban aún 82 kms para llegar a nuestra tienda de campaña y poder tumbarnos a dormir un rato. Ese tramo se nos hizo eterno. Al menos a mí. Si aún con buenas luces apenas se ve el asfalto cuando está mojado, de noche, lloviendo, en bicicleta, y con gafas, ¿qué os voy a contar? Sí, añadir que de vez en cuando el agua que salpica el que te precede viene mezclada con un barrillo que al darte en los ojos escuece de tal manera que te obliga a cerrar el ojo en cuestión con lo que vas bizco. Si te quedas solo, no ves apenas la carretera y mucho menos las flechas que puede haber en algún cruce inesperado de esas carreteras secundarias, y no hace ninguna gracia confundirse y perderse haciendo kilómetros de más, y si vas siguiendo a otros, que es lo normal, sufres una tensión en el cuello, brazos, y manos, exagerada, pues no sueltas los frenos al ir muy pendiente del de adelante, de los posibles baches,... Sufres un cansancio enorme en los ojos, pues el agua en las gafas mezclada con las luces traseras de las bicis que te preceden, hace que sólo veas muchos destellos rojos sobre un fondo negro, cual fuegos artificiales. Hay que forzar mucho los ojos para adivinar las formas de las bicis y la carretera. Sufre también todo el cuerpo un cansancio añadido por ir a un ritmo que no es el tuyo, pero si no quieres ir solo...

Este tramo se me hizo eterno, como dije antes, pero lo que más influyó en ello no es lo que he contado hasta ahora. Lo peor era mi tripa, de la que no suelo padecer, pero en esos momentos se mezcló una media descomposición con una media pájara (no intentéis sumar con leyes matemáticas). Resultado: un desastre, pues por un lado no me entraba la comida, y por otro... y todo esto cuando estás quemando un montón de kilocalorías por hora. Se que tengo que reponer calorías como sea, pero no me entra nada. En este tramo voy acompañado de Juan y Ramón, a quienes tengo que agradecer muchísimo su compañía pues de haber ido solo en este trayecto no se qué hubiera pasado, ya que para mí fue el peor y pude haber abandonado. ¿Abandonado? Esa palabra no había estado hasta ahora en mi cabeza, ¿qué pasó? Pues que me caía. Cada vez que me bajaba de la bici se me iba la cabeza, no se si por un bajón de tensión (la suelo tener baja) o un bajón de azúcar, o lo que sea, pero me mareaba. Curiosamente estaba mejor en bici dando pedales, pero el sueño era tan grande que había que hacer algo. Pensé que tomando un café con bastante azúcar conseguiría: darle calorías (de las dos clases) a mi cuerpo, subir el azúcar, subir la tensión, y rebajar el sueño. Tuve que tomar un café en cada bar o chiringuito improvisado por los lugareños que encontramos en el camino y nos ofrecían café, hasta llegar a Mortagne au Perche. En alguna de estas paradas Ramón, que iba muerto de sueño, aprovechaba cualquier minuto para dormir, y aunque no fuera más que eso, un minuto, a él le parecían muchos más y le “sentaba muy bien el sueñecito”. Gracias otra vez a Ramón y a Juan por esperarme.

Parece que lo que estoy contando es todo malo y se le quitan a uno las ganas de estar ahí. Cuando pasas ese momento malo si lo piensas, pero hay otros momentos, muchos, y muy buenos. Ya he dicho lo emocionante que es lo que te transmite la gente de fuera, con sus ánimos, con su paciencia,... pero no he dicho aún lo que te transmite la gente de dentro.

Por un lado está el compañerismo que vives con los tuyos, compañerismo que has vivido a lo largo de todo el año con los brevets y otras marchas preparatorias fuera del calendario, y que llega a vivirse aquí de una manera especial. No os imagináis lo mal que se pasa cuando un compañero abandona. Y este año ha sido el que más abandonos ha tenido nuestro club (y los demás, pero eso no me consuela). El primero, y más doloroso, fue el abandono de Edu. Si abandonas porque te fallan las fuerzas es un palo, como le pasó a Antonio, que se vio incapaz de seguir el ritmo que tenía que llevar para llegar a la hora al control. Si abandonas por un problema fisiológico, como le pasó a Juanal con una diarrea, mal, pero tienes que resignarte. Si abandonas por la mezcla de estas dos cosas, como le pasó a Josu con sus vómitos, pues igual, te duele, pero si es imposible seguir... pero lo de Edu fue una sucesión de hechos, empezando por la tan comentada decisión de ir a 80 horas (que resultó ser nefasta), siguiendo por verse pedaleando solo desde el kilómetro tres, de noche y bajo la lluvia, y después perderse y hacer 10 kms de más (que aunque no parezca nada frente a 1200, en esas condiciones te pone la moral en los pies), y luego verse apurado para ir en su horario, y culminando todo en un revoltijo de cosas en la cabeza que hacen tomar esas decisiones tan drásticas cuando uno está mal emocionalmente, aunque estés, como estoy seguro que estaba él, físicamente mejor que nosotros. Fue una pena.

Cuento esto en un capítulo en el que iba a hablar de cosas buenas. Os diré por qué. Esto motivó que nos diéramos cuenta una vez más de lo compañeros-amigos que son algunas personas. Creo, egoístamente hablando, que nos vino muy bien que abandonaran. A partir de ese momento pasaron a formar parte del equipo de apoyo y lo hicieron de maravilla. Se volcaron en ello, haciéndonos la comida, preparándonos la dormida, prestándonos su ropa seca para seguir adelante, y todo a contra reloj, casi sin dormir y con un montón de detalles como éste: a mis 47 años no me habían pelado nunca una manzana para que yo la comiese, sin más. Y Edu lo hizo. Eso te emociona. Y todos ellos te cuidan y miman para que sigas. Esa es una faceta del compañerismo que se palpa aquí y que aprecias. Gracias otra vez al apoyo. Nuestro éxito os lo debemos en parte a vosotros.

También es agradable ver que un compañero te corta el viento si te ve mal, como hizo Pepe, o te espera para ir juntos, como en algún momento hemos hecho todos.

Y qué decir de los demás. No son los tuyos, no has viajado hasta allí con ellos, pero ahí están contigo, sudando las mismas cuestas, y pasando el mismo frío de la lluvia en la noche. Compartes con algunos desde la luz de la bici hasta la espera en la cola para sellar. Entablas conversaciones con gente que no sabes ni que idioma habla, pero casi siempre, y para lo que pretendemos, llegamos a entendernos. Pedaleé durante un ratillo a rueda de uno que parecía un buey (por el tamaño), nórdico él, y que llevaba un ritmo muy bueno, entre Brest y Carhaix. Decidí darle algún relevo, y aunque físicamente no notase él mucha ayuda (poco podía cortarle el viento mi cuerpo al suyo), le encantó el detalle, me dijo que era el único que había hecho eso, cuando eran muchos los que habían ido detrás de él, y se puso otra vez delante, y no quiso dejarme solo ni un momento. Aunque en las subidas le costaba seguirme, en los llanos se ponía a tirar delante de mí, hasta que vio parados en un pueblo a sus colegas. Se despidió de mí dándome las gracias, y se quedó con ellos. Observas muchos detalles parecidos a este durante una PBP, y eso te gusta.

Este año la llegada a Brest fue para mí muy distinta a la de hace cuatro años. Recuerdo la entrada a Brest como el momento más duro de aquella PBP (debido a los insoportables dolores que llevaba en las rodillas) subiendo aquella interminable cuesta de entrada a la ciudad tan despacio que iba a la par de los peatones. Esta vez, en cambio, he tenido en Brest uno de los mejores momentos. Ya la llegada a la ría fue destacable por ser el primer (y creo que único) momento en que vimos los rayos del sol. Fue bonito ver el mar y los barcos iluminados por esos únicos rayos de sol bajo la ciudad que se levantaba a su lado. Y la subida no digamos. Si normalmente subimos mejor los españoles que los extranjeros en subiditas pequeñas, es en estas más grandes donde destacamos de verdad. La subí adelantando a otros constantemente, y sin dolores. Habría sido perfecta la subida (completar París-Brest de esa forma) de no ser por un accidente que vimos en ella, con el ciclista en una camilla y su bici rota tirada en la acera. También pasan esas cosas, por desgracia.

Entre Carhaix y Loudeac conocí a un tocayo mío, Paco, de Valladolid, residente en Bilbao y que había ido con un grupo de cicloturistas de esta ciudad, de los cuales se había despistado e iba solo. Hicimos juntos algunos kilómetros en paralelo, mojándonos e intercambiando impresiones sobre la PBP y comparándola con lo que es el cicloturismo propiamente dicho. Le hablé del cicloturismo que hacemos los Amigos de la Bici y resultó ser justamente lo que a él le gustaría hacer. Llevaba, como nosotros, apoyo, pero en su caso era una autocaravana lo que le esperaba para dormir. Qué bien, le dije, nosotros tendremos las tiendas mojadas. Sorpresa desagradable cuando llegó a Loudeac y no encontró a los suyos. Acabó pidiendo vez para dormir en una colchoneta de las facilitadas por la organización. Lástima. Nuestro apoyo, en cambio, se portó de maravilla, esperándonos (no sé cuánto tiempo) no para indicarnos donde estaba el camping, que ya lo sabíamos de la noche anterior, sino para informarnos de la situación actual, quiénes y cuándo habían llegado, y prepararnos la cena (ya era la una y media, y ellos también estaban muertos de sueño).

En esta etapa cometimos un error grave. Perdimos por atrás a Josu, que además de no ir nada bien se quedó sin batería en su móvil con lo que no supimos nada de él hasta que llegó casi dos horas más tarde. Y no llevaba una hora en el saco de dormir cuando tuvo que levantarse a vomitar. Había cogido frío en el estómago, supongo, porque lo vi meterse desnudo en el saco a pesar de la humedad reinante. No pudo seguir.

En el trayecto de vuelta hacia París, no recuerdo en qué tramo, hemos visto a nuestra conocida pareja vitoriana. Nos ha sorprendido, ya que lo normal era que a esas alturas de viaje nos sacasen muchos kilómetros de ventaja. Habían sufrido, en la primera noche, una avería que les impidió cumplir lo esperado. Es una faena tener una avería, y más de noche. Nosotros tenemos que decir que a pesar de todo lo que ha pasado, hemos tenido suerte: ni un solo pinchazo en 1244 kms. Otros no han tenido esa suerte.

Llegada

Si la salida es bonita, por todo lo que significa el comienzo de la prueba, con tantas bicicletas juntas y con tanta adrenalina en cada una de ellas, la llegada es, ante todo, emoción. Te ha podido doler todo antes (y te va a doler después), pero en los últimos kilómetros, sin saber cómo, saca uno fuerzas de donde ya no había más y pedaleas con más ganas y van quedando a un lado esos dolores que están ahí pero casi no los sientes pues no piensas en ellos, ya que dedicas toda tu energía a llegar, porque sabes que ya lo has hecho, porque sabes que están allí los tuyos, esperándote para hacerte una foto y felicitarte, porque sabes que tu triunfo es también de todos ellos, porque confían en ti y porque también se lo han ganado. Es increíble que en esta última etapa se llegue a superar la velocidad media que traíamos hasta Dreux. Por cierto, tuvimos en ésta las mejores condiciones climatológicas de toda la prueba: no hacía frío, no hacía calor, nos daba el viento de espalda, ¿Qué más se puede pedir? Ah, si, que no llueva. Bueno, pues no llovió… hasta que decidimos ponernos nuestro maravilloso maillot elaborado para el evento. Cinco minutos después de ponérnoslos Pepe y yo, ya no se veían, pues hubo que taparlos con los respectivos chubasqueros, a falta de unos 10 kms para la meta (si podía llover el último día, llovió) y nos mojamos otra vez. Pero al llegar a Saint Quentin nos quitamos los chubasqueros y entramos en la rotonda que da acceso al gimnasio con nuestros maillots para ser reconocidos fácilmente por los nuestros, que allí estaban, esperándonos, desde no se cuánto tiempo atrás. ¡Qué emoción! Es un momento que no dura mucho allí, pero es tan emocionante que es de los que más duran a la larga en la memoria. Todos los momentos que has vivido en los 1244 kms de la PBP, más los 9000 que llevábamos, fluyen aquí, en este instante, llenándote de alegría de tal manera que bien merece la pena haberlos hecho para vivir esto.

Conclusiones

La mejor opción es ir a 90 horas, principalmente porque es lo que hace la mayoría y así vas más tiempo disfrutando de la compañía de otros ¿qué sentido tiene hacer la PBP en 80 horas si vas tú solo la mayor parte del tiempo?

La mejor opción para dormir es Loudeac, Loudeac, y Mortagne au Perche, por el mismo motivo. Cumples más o menos los horarios de los demás y así siempre estás en la movida.

En cuanto al grupo, ¿ir juntos o no? Mi opinión es que en una prueba de estas dimensiones es más importante que uno vaya a gusto con su ritmo, y éste no tiene por que ser siempre el mismo, lo que dificulta ir en grupo. Además, con esos cambios de ritmo que a veces te pide el cuerpo, disfrutas también de otros grupos y/o randonneurs solitarios. Pero eso de día. Por la noche deberíamos obligarnos, si no a ir juntos, al menos a no dejar a nadie solo por detrás.

Final

No se ha cumplido el pronóstico de Gene, “una PBP para disfrutarla”, debido a la climatología adversa, pero ha resultado igual de interesante que otras y nos ha servido de mucha experiencia. Hemos aprendido mucho, os lo aseguro. Lo hemos pasado bien, y lo hemos pasado mal en muchos otros momentos, pero esto ya lo sabíamos de antemano, que esto es la París-Brest-París, y como dicen es la prueba cicloturista de larga distancia más dura del mundo. ¿Dicen eso? ¿Por qué lo dirán?

Paco Santos
Amigos de la Bici.
Salamanca



Paco Santos